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El callejón
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Un sueño compartido

El cineasta David Cánovas, a la derecha de la actriz Maribel Verdú, en un momento del rodaje de su primera película, "La punta del iceberg", adaptación de la obra homónima del dramaturgo palmero Antonio Tabares, premio Tirso de Molina 2011.

A Antonio Pérez Arnay, crítico e historiador cinematográfico, in memoriam

            Cuando en los primeros días de octubre de 1987, en una de las aulas de la planta baja del Poeta Viana, conocí a David Cánovas González (Santa Cruz de Tenerife, 29 de diciembre de 1971), el chico ya tenía clara una cosa: al acabar el instituto quería marcharse a Madrid y estudiar Imagen, con el decidido propósito de hacerse director de cine. Ambos compartíamos una misma pasión por el celuloide (nos descubríamos el uno al otro títulos de películas y cineastas, nos intercambiábamos cintas de VHS, cursábamos la misma optativa de Fotografía, en la que la profesora Rosa Barreda nos introdujo en el lenguaje audiovisual) y a los dos nos gustaba escribir cuentos.

            Fueron años inolvidables de aprendizaje y experiencias comunes (de organizar un cine fórum con Senderos de gloria, para alumnos y profesores del centro; de preparar y presentar programas en Radio Norte, en Tacoronte, donde hicimos El Sueño Eterno; de los primeros rodajes en plan amateur, en vídeo y Súper 8) y de películas visionadas juntos en salas, muchas de las cuales ya no existen: los Minicines Charlot, los Multicines Greco y Oscars, el Cine Víctor… De todos aquellos films recuerdo con especial cariño la reposición de clásicos: La soga, La noche del cazador y, sobre todo, El apartamento, que me proporcionó una de las mejores experiencias que jamás he vivido en un patio de butacas. Era finales de junio y apenas había una veintena de espectadores. La historia se aproxima a su final y el oficinista, interpretado por Jack Lemmon, harto de arrastrarse como un perro fiel, decide darle a su jefe con la dignidad en las narices porque ha descubierto que ama a la joven y encantadora ascensorista. Cuando C.C. Baxter es amenazado con ser despedido y le espeta a su cariacontecido superior aquello de que, por primera vez en su vida, ha decidido portarse como un "verdadero hombre", entre el público, unos cuantos rompimos a aplaudir.

            Más tarde, al salir a la apacible luminosidad de la tarde veraniega, mientras paseábamos el tramo de Rambla comprendido entre Las Asuncionistas y la plaza de La Paz, David y yo fantaseábamos con la posibilidad de poder llegar a concebir en el futuro algo que se aproximase, aunque tan solo fuera de lejos, al formidable prodigio que acabábamos de disfrutar durante un centenar de minutos.

            Después, pasó el tiempo. Terminamos el instituto y nuestras vidas comenzaron a separarse aunque nunca perdimos el contacto: yo intenté hacer realidad mi sueño de ser periodista y él continuó persiguiendo el suyo con una fe y una tenacidad tan admirables como inquebrantables, a la vez que sumaba miles de horas de grabación (en exteriores, repartidas por rincones de toda España, y en platós de televisión) y otras tantas en salas de edición.

            En diciembre de 2000, me pidió que le echara una mano con el guión del que sería su primer cortometraje profesional (Mate), en el que invirtió los ahorros de varios años, y luego vinieron más cortos, un montón de premios, entre medio la candidatura al Goya por El intruso, numerosos proyectos que todavía aguardan su oportunidad en un cajón, algún desencuentro, hasta que hace dos años mi tío Anelio me pasó La punta del iceberg, de Antonio Tabares, de quien, con anterioridad, había leído otras obras que habían caído en mis manos.

            Mientras pasaba mis ojos por las páginas de este drama cotidiano, primorosamente dialogado por uno de los autores más sólidos y coherentes dentro del teatro español contemporáneo, veía al mismo tiempo que, tras esta historia inquietante y perturbadora, había una película. Una película impecable e implacable para la que ya tenía director. Transcurridos unos meses, a finales de marzo del año pasado y con la expresa autorización de su progenitor, le propuse a David que aceptara el reto: devoró la obra en una tarde y, en cuestión de una semana, me envió un primer borrador del guión al que terminé de darle forma en pocos días. Al cabo de dos meses, Maribel Verdú leyó la primera versión y se comprometió a rodarla.

            A fecha de hoy, catorce de diciembre de 2014, el film La punta del iceberg se encuentra en fase de postproducción, después de veinticuatro días de rodaje, y es un sueño compartido al fin hecho realidad, que hubiera sido imposible sin el proverbial acierto de Anelio, el talento incuestionable y generoso de Toni Tabares, el sí de la niña (nunca te estaremos lo suficientemente agradecidos, Maribel, hermosa criatura de ojos oscuros y rostro ovalado), sin la decisiva intervención del productor Gerardo Herrero, las impagables contribuciones de su tercer guionista, Alberto García, y la entrega incondicional de Antonio Hernández, el compositor de su banda sonora. Y, por supuesto, sin la benévola y evidente influencia de los maestros I.A.L. Diamond y Billy Wilder, creadores de El apartamento, quienes, a buen seguro, bendecirían al más reciente (y prometedor) de sus discípulos, David Cánovas González.

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