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El callejón
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Necesito el dinero

A la Sociedad Deportiva Tenisca, que llenó de sueños mi infancia, y a mi hermano Míguel, que compartió gran parte de esos sueños y que sabe perfectamente que más temprano que tarde seremos campeones de Europa

            Una noche más, amigos oyentes, nos vemos en la triste tesitura, en el penoso deber, de tener que llevarles hasta la plácida tranquilidad de sus hogares la crónica de un desagradable suceso, uno más, ocurrido esta misma tarde en uno de nuestros campos de fútbol, porque hoy, otra vez, la tragedia ha rondado de nuevo este país, con sus uñas afiladas, sucias del barro y la tierra de los más modestos, de los más desesperados, sin que nadie, de momento, parezca querer poner remedio a una situación que empieza a resultar preocupante y para que quede constancia de lo sucedido en el estadio de Bajamar el pasado domingo, 9 de marzo, el abajo firmante pasa a continuación a relatar la secuencia de hechos, a fin de que esta Real Federación sepa imputar la responsabilidad de los mismos a quienes corresponda y a la hora de adoptar las medidas que estime convenientes para que no te preocupes, Conchi, que sí, te lo juro, que ya se acabó todo, pero ¿no lo han dicho ya por la radio? Acaban de llevárselo escoltados en una furgoneta de la Guardia Civil, después de que echaran de aquí a esa chusma a gomazo limpio, porque la cosa se puso muy fea, Conchi, esos brutos estuvieron a punto de tirar la puerta abajo, menos mal que hace poco le dije a Luisito que la cambiase, porque la cerradura no trancaba bien y la madera estaba podrida, gracias a Dios que cambió el fechillo entero y que lo puso todo de paquete, nuevito, porque, si no, no lo contamos, Conchi, no habríamos escapado, qué sé yo, nos hubiesen linchado, no tienes ni idea de lo poco que ha faltado, la locura, Conchi, parecían endemoniados ¿Te acuerdas de la película de Marlon Brando en la que hacía de sheriff y tiene que proteger a un fulano? ¿Que al final le dan una paliza de muerte y le pegan un tiro al chico que no tenía culpa de nada, el pobre? Pues esto fue peor, Conchi, mucho peor, gracias a que la puerta aguantó los taponazos de esos sonajas, si vieras con qué fuerza golpeaban, qué insultos, qué patadas, en la vida me había pasado algo así, ni siquiera el accidente de Gerardito, cuando lo cogió el coche en El Puente, lo he pasado fatal, por un momento pensé que entraban y nos comían vivos, qué horror, Conchi, qué miedo, tengo ganas de llorar, tengo una opresión en el pecho, una pena tan grande, Conchi, mañana mismo renuncio, presento mi dimisión, nunca más, cariño, esto del fútbol se ha terminado, te lo juro, a mí no me trincan más, ¿estamos locos o qué? Por enésima vez, repito, por enésima vez, la violencia, ese cáncer que en los últimos tiempos parece haberse adueñado de los estadios, que corroe sin parar los cimientos de nuestro deporte, ha vuelto a hacer su siniestra aparición hoy mismo, esta misma tarde, en un campo de Tercera División Nacional, concretamente, para empezar, a juicio de quien les habla, el citado partido nunca debió haberse disputado. Las pésimas condiciones del campo, agravadas por el agua caída durante todo el fin de semana en esta ciudad, aconsejaban posponer la celebración del encuentro. Personalmente, si sirve de prueba, puedo asegurar que, en mis quince años como delegado, jamás encontré la cancha de este estadio en peor estado. De hecho, el barro se acumulaba en las bandas y en los fondos hasta el punto que hacía prácticamente imposible el desplazamiento del balón. Así se lo hice saber al señor árbitro, a su llegada al campo. Sin embargo, éste apenas atendió mi advertencia, limitándose a entrar en el vestuario junto a la pareja de linieres. En este sentido, he de dejar constancia aquí que, minutos después, los capitanes de ambos equipos se dirigieron al que suscribe para que solicitase al señor colegiado la preceptiva inspección del terreno de juego, ya que ellos, al igual que yo, también dudaban de que en medio de aquel barrizal pudiese desarrollarse partido alguno. Aunque resulte extraño, cuando le transmití al señor árbitro la citada petición en nombre de los jugadores, éste se negó a realizar ninguna otra comprobación que las meramente reglamentarias, o sea: la correcta demarcación de los límites del terreno de juego, la firmeza de las redes de las porterías, etcétera. No obstante, a pesar de mi insistencia en que la revisión de la cancha era absolutamente imprescindible para la celebración del partido, se limitó a rechazar mi propuesta, tras lo cual cerró la puerta del vestuario con evidente disgusto de quien firma la presente, el muy imbécil, encima toda la culpa fue suya, Conchi, claro, se emperró en que se jugase sí o sí y, mira, ahí tienes las consecuencias, lo cuenta de milagro, de no ser por mí y por Luisito, que había reforzado la puerta con doble cerradura, aunque me las vi y me las deseé, Conchi, no te imaginas lo que ha sido esto, qué barbaridad, nos dijeron de todo, de todo, todavía tengo el cuerpo malo del susto, me tiemblan las piernas, si la Guardia Civil llega a tardar cinco minutos, no sé, Conchi, esa gente estaba fuera de sí, no sabría decirte quiénes eran, ¿tú crees que con los berridos que daban unos y otros pude reconocer a alguien? Gracias también a que los guardias pidieron refuerzos por la emisora de Julio Marante, sí, el locutor, creo que se portó muy bien, que hizo el llamamiento a la calma y él mismo pidió refuerzos, que si no, porque, según consta en el acta arbitral, que ahora paso a leer, el árbitro, Ignacio Landáburu Irigoyen, que pertenece al colegio guipuzcoano, reconoce que, tras ser apercibido por los capitanes de los dos equipos, procedió a comprobar el estado del terreno de juego, sin que hallase motivo alguno que impidiera la práctica del fútbol, para seguidamente indicar -y leo textualmente, señores oyentes- que, si bien es cierto que el campo presentaba un firme irregular debido a la lluvia caída, este hecho no suponía obstáculo para el normal desenvolvimiento de los jugadores, que no daban crédito a lo que estaban viendo. A pesar de que cada vez que elevaban el balón unos palmos del suelo y de que éste siempre caía, en cualquier punto del terreno, como un peso muerto sobre la tierra embarrada y de que no volvía a dar señales de vida, como si él tampoco entendiese el sentido de jugar aquella tarde, a pesar de que había empezado a caer de nuevo una lluvia fina, que aquí llamamos chipichipi, el señor colegiado se limitaba a asentir con la cabeza y a repetir sin cesar que "él había pitado en campos en peor estado" y que, por su parte, "no existía el menor inconveniente para que se celebrase el partido". Dicho lo cual, se despidió de los dos futbolistas y de este delegado y se marchó a la caseta. Los chicos volvieron a mirarme con incredulidad, servidor se encogió de hombros y no le quedó otro remedio que recordarles a ambos futbolistas que allí el que mandaba era él.

            "¿Pero ese tío se ha vuelto loco o qué? ¿No ve cómo está esto? Si aquí no hay quien juegue a nada, joder, si nos podemos partir la tibia, hostias", me reconoció el capitán del equipo visitante.

            "Corre, Domingo, anda. Habla con el fulano y convéncelo para que dejemos el partido para otro día. Jugar hoy aquí es un disparate, además, como bien dice el compañero, con lo mal que está el piso alguien puede lesionarse de verdad y no es cuestión", me pidió nuestro capitán.

            Con esa encomienda me dirigí al vestuario, pero el muy cabrón no quiso hacerme ni puñetero caso, Conchi, y eso que le estuve tocando hasta que se me cansaron los nudillos, te lo juro, y no me abrió, ¿te lo puedes creer? Si al menos me hubiese atendido en ese momento y no después, a la media hora, cuando ya había entrado todo el mundo y las gradas estaban repletas de paraguas, porque aquí hay mucha afición a la pelota, Conchi, tú lo sabes, y el equipo está ahora mismo en una situación muy delicada, que cada partido es a vida o a muerte, razón de más para que hoy no se hubiese jugado, coño, que no hay derecho, ¿qué necesidad tenía ese hombre de exponerse de esa forma, de pasar por lo que ha pasado? ¿Y qué necesidad tenía de hacérselo pasar tan mal a sus propios compañeros? ¿Y a mí? ¿Qué necesidad tengo yo de todo esto, Conchi? No puedo con mi alma, señor Landáburu, nos comentan quienes estuvieron esta tarde, en el estadio de Bajamar, que, bajo ningún concepto, el partido de hoy debió haberse disputado, que aquello parecía más una piscina que un campo de fútbol, ¿tiene usted algo que decir al respecto?

            -Lo que tenía que decir ya lo he escrito en el acta que usted ha leído.

            Al fin, tras numerosas intentonas y después de que, muy a pesar de las quejas y súplicas manifestadas a este delegado a través de sus respectivos capitanes, los dos equipos hubiesen saltado al campo, bajo otra capa de lluvia que obligó a los espectadores a hacer acopio de paraguas, el señor árbitro se dignó a dejarme entrar en el vestuario. Durante unos breves minutos tuve ocasión de hablar a solas con él, ya que los dos jueces de línea salieron a la cancha para realizar las últimas comprobaciones, antes mencionadas. En el espacio de tiempo que transcurrió hasta que el señor colegiado tomó la decisión de personarse en el centro del terreno de juego para proceder al sorteo de campos, procuré disuadirle por todos los medios a mi alcance de que cambiase de parecer, pero, por desgracia, fue tarea ardua, por inútil e imposible. El señor colegiado quería que el dichoso partido se celebrase finalmente, pasara lo que pasara, me da igual, me la suda, así llueve, truene o venga el mismísimo Dios bendito a cagarse en mis muertos, pero este partido se juega porque lo digo yo y porque aquí se hace lo que me sale de los cojones, me da igual lo que digan los jugadores, y el público me lo paso yo por el forro de los huevos, así que ya puede ir saliendo por la misma puerta por la que ha entrado y no pretendo ser excesivamente detallista ni exhaustivo en el relato de unos hechos que, por otro lado, están siendo de sobra conocidos, habida cuenta del eco que los lamentables sucesos del pasado domingo ha alcanzado en los medios de comunicación tanto regionales como nacionales. Así que pasaré por alto todo aquello que no contribuya a esclarecer las causas de unos incidentes que, dada su gravedad, abochornan no sólo a nuestro modesto club sino a toda nuestra ciudad y, por ende, a la isla entera. Es por ello que, con el fin de no hacerles más tediosa la lectura de la presente, omitiré los detalles sobre un simulacro de partido que, hasta el descanso, ofreció un repertorio completo de resbalones, caídas y arrejuntamientos varios, sin que los futbolistas de uno y otro equipo fuesen capaces de hilvanar más de dos pases seguidos y, todo ello, en medio de un aguacero tenue pero persistente que convertía el esfuerzo sobrehumano de aquellos jóvenes deportistas en un amasijo de cuerpos embarrados, sucios, casi repugnantes, hasta el punto que estuve en un tris de partirle la cara, Conchi, pero qué se creía el godo mierda éste, no le levanté la mano porque, como tú dices, mejor contar hasta diez antes que arrepentirte por cien años, y me quedé allí, mirándole, sin moverme, a ver si te atreves a pasar, guapo, me decía, y enseguida me di cuenta de que a este hombre le pasaba algo, Conchi, porque, en el fondo, todos los lapos que me soltó no eran sino la fachada de tipo duro de alguien que estaba acojonado, ¿sabes, Conchi? Porque lo cierto es que este hombre estaba hecho un flan, se estaba cagando vivo de puro miedo y estaba a punto de desmoronarse, porque aunque te cueste creerlo se hacía el gallito conmigo como para darse fuerzas, como para envalentonarse y poder hacer frente a algo terrible que se le venía encima y cuyas consecuencias no podía controlar y, claro, al ver que yo no me moví de allí y que no dije ni mu a sus provocaciones, no tardó en venirse abajo, el muy sonaja, si en el fondo hasta me da pena, en dónde se vino a meter el muy guanajo, en la boca del lobo, desgraciado, se lo preguntaré de otra forma, señor Landáburu: ¿Es cierto que, en el descanso, el delegado de campo se acercó hasta el vestuario para rogarle que suspendiera el encuentro, a la vista de que, durante el primer tiempo, ya había habido varios jugadores contusionados?

            -Sí.

            ¿Y, a pesar de todo eso, decidió seguir adelante?

            -Sí.

            ¿Y en ningún instante creyó procedente la suspensión? Al parecer, el terreno de juego estaba absolutamente impracticable.

            -No lo creí procedente.

            A buen seguro, señor Landáburu, que, en este preciso momento, muchos de nuestros oyentes se estarán haciendo la misma pregunta que éste quien les habla y que a continuación paso a formularle: ¿Por qué?

            La primera parte transcurrió sin otros incidentes dignos de mención que la absoluta falta de continuidad en el juego. Porque allí era del todo punto imposible trazar un pase y, mucho menos, intentar un regate. La incapacidad para desplazar el balón era, sin embargo, proporcionalmente inversa al contacto personal entre los contendientes. De ahí que la serie interminable de patadas, agarrones y empujones fuese exponiendo a un riesgo cada vez mayor la salud e integridad física de los futbolistas. Los lesionados no tardaron en caer, en un bando y en otro, aunque debo hacer constar aquí que nuestro equipo corrió con la peor suerte, al perder a dos de sus mejores jugadores que -de acuerdo al informe médico que se adjunta- habrán de permanecer fuera de la competición en lo que queda de temporada. Al término del primer tiempo, el marcador registraba un empate a cero y los contendientes, que nunca antes se habían parecido tanto a gladiadores, abandonaron la cancha visiblemente agotados por el esfuerzo, muchos de ellos renqueantes, mientras el público expresaba mediante sonoros silbidos los primeros signos de desaprobación a los que, particularmente, este delegado no dio excesiva importancia. Para agravar la situación, la lluvia había aumentado de intensidad en el último tramo del primer tiempo y llenó de charcos aquel cenagal inaceptable, así que ya lo sé, sé que estoy cometiendo una imprudencia y que esto es a todas luces un disparate, lo sé, y le pido mil perdones, disculpe el tono que empleé antes con usted, caballero, me siento avergonzado, créame si le digo que esto no es plato de gusto para mí, ¿sabe cuánto tiempo llevo en esto? ¿Usted se imagina? En mi familia hay tres generaciones de árbitros: mi padre lo fue, mi abuelo también y hasta mi bisabuelo dirigió partidos en Francia, en Bayona, con una licencia especial concedida por la Federación Inglesa, soy el cuarto eslabón de una cadena que se remonta hasta los orígenes de este puñetero deporte, ¿y qué he conseguido yo con todo esto? Nada. Aquí me ve, en un campo de mala muerte, con todos mis respetos, y obligando a esos chavales a que se jueguen el físico porque así yo lo que he querido, y no sabe cuánto lo siento, señor, siento haberlo metido en este lío de mil demonios, señor, necesito el dinero de este partido cómo sea, usted sabe que si lo suspendo me quedo sin cobrar los derechos de arbitraje y ahora mismo me encuentro en una situación personal tan desesperada que con la prima que me han dado por viajar hasta aquí no me da, no tengo lo suficiente, créame si le digo que me va la vida en ello, este dinero me hace tanta falta que no lo sabe usted bien, bueno, si tiene mujer e hijos lo debe de saber, ¿está casado? Yo tengo tres críos pequeños y le juro que si no me viera tan necesitado nunca haría lo que estoy cometiendo esta tarde aquí, espero que me comprenda y le pido mi más sinceras disculpas por lo de antes, señor, está acabando conmigo, tengo los nervios destrozados, perdone todo esto, pero necesito el dinero, no sabe cuánto lo necesito, hasta qué punto aproveché la tregua del descanso, porque -permítaseme el símil- aquello guardaba mucho más parecido con una batalla que con un partido de fútbol, para entrevistarme nuevamente con el señor colegiado, pero éste continuó siendo reacio a aceptar cualquier propuesta de aplazamiento. Su objetivo era concluir el partido y ni yo ni nadie íbamos a ser capaces de hacerle cambiar de opinión. Así me lo recalcó antes de encerrarse junto a sus ayudantes. Y si se me autoriza el apunte, mientras hablábamos por tercera vez cara a cara, tuve la curiosidad de fijarme en su rostro: éste brillaba, desencajado, enrojecido por el cansancio, entre efluvios de vapor de agua y sudor. Entonces supe que no había nada que pudiese evitar la cadena de tristes acontecimientos que terminó de precipitarse sobre nosotros, aunque en ese momento, cuando lo miré a los ojos en último intento por hacerle cambiar de decisión, el señor colegiado desconocía por completo lo que, cuarenta y cinco minutos después, habría de ocurrir, aunque ya puedes imaginarte en qué estado me lo encontré en el descanso, Conchi, después de hacerme el paripé de volver a cerrarme la puerta en las narices: estaba aterrorizado, mandó a sus linieres a que regresasen al campo y se quedó de nuevo a solas conmigo unos minutos y ese hombre estaba temblando, Conchi, mirarlo partía el corazón, apenas podía contenerse, me hizo prometer por mis hijos que, por favor, no le contara a nadie lo que estaba haciendo, bueno, lo que estaba haciendo sí, no importaba, pero que, por mis muertos, por lo que más quisiera yo en este mundo, que no le dijera a nadie por qué razón sin razón se estaba jugando el partido, lo que oyes, Conchi, aquello daba una pena tremenda, sí, hubo un momento en que me agarró el hombro con una fuerza que todavía me está doliendo, que casi me lo disloca, Conchi, y me confesó que todo se debía a un problema, muy grave, con el juego, resulta que no puede controlarse, que lo ha intentando de todas las maneras, pero que es algo que lo supera, que lo tumba, que lo tiene enganchado como una droga desde antes incluso de que legalizaran los casinos y los bingos, y que debe una cantidad tremenda a unos tipos de Bilbao, a cuenta de una partida de póker en la que se jugó lo que no está ni en las escrituras de los Rothschild: el coche, la hipoteca, hasta la propiedad de una casa que sus suegros tienen en no sé qué caserío cerca de Sondika, Conchi, ¿tú conoces Sondika? ¿Eso está en España? A mí me suena a Japón, pero es que si lo llegas a ver, si hasta se le caían las lágrimas, me dijo que le había jurado a su mujer que ya estaba limpio, porque ella lo ha amenazado con abandonarlo si no consigue dejar el vicio, y allí estaba, abrazado a mí y empapándome la gabardina malva que me regaló tu madre, Conchi, manchándomela de barro, de un barro que, según nos apuntan numerosos testigos presenciales, cubría las piernas de los futbolistas bastante más arriba de los tobillos, o sea, que éstos malamente se podían sostener en pie, increíble, amigos oyentes, increíble, imaginen la situación: pagan ustedes la entrada para ver un espectáculo deportivo, con lo caro que está todo con la crisis actual, y se encuentran con veintidós señores de corto cuya única preocupación es intentar mantener el equilibrio sobre un cenagal y, encima, han de soportar con una paciencia de campeonato que el árbitro que ha tolerado semejante fraude de partido le anule un gol a su equipo, a un equipo que les recuerdo, señores oyentes, ocupa a día de hoy, cuando apenas restan cinco jornadas para la finalización del torneo, la antepenúltima plaza de la clasificación, es decir, se trata de un equipo que siente literalmente en el cuello el aliento del descenso de categoría, señores oyentes, lo que significa que las protestas de los aficionados arreciaron nada más arrancar la segunda mitad. No sólo porque allí no había fútbol de ninguna clase -además, era materialmente imposible que lo hubiese- sino también porque el equipo visitante seguía empleándose con especial contundencia ante la aparente desidia del trío arbitral. Las quejas desde la grada se intensificaron, como la lluvia, sobre todo, a raíz de la anulación del único gol anotado por el equipo local, en el minuto veinte de la reanudación, por un presunto y -permítaseme añadir- más que dudoso fuera de juego. Si bien es verdad que se produjo el lanzamiento de algunos objetos no contundentes al campo (llámense cajas de fósforos y paquetes de cigarrillos y algún cigarro puro), el partido no tardó en proseguir por los derroteros de la normalidad, sin que se registrase hasta ese momento percance ni incidencia digna de reseñar aquí. En calidad de delegado de campo, cargo que vengo ejerciendo desde hace quince años, puedo asegurar que aquello me dio una mala espina tremenda, Conchi, en cuanto vi que arrojaron un transistor al córner de la portería del fondo, a dos pasos del juez de línea, me di cuenta de que aquello iba a acabar como el rosario de la aurora, incluso en medio de la trifulca que se formó cuando los jugadores nuestros le fueron a protestar por el gol anulado me pareció ver que saltaba al campo Guillermo Caballo Loco, si lo hubieras visto, corría como un poseso hacia el árbitro, empuñando el paraguas como Errol Flynn en El Capitán Blood, suerte que se resbaló y se pegó un talegazo de cuidado, luego Pepe El Cigarrón lo sacó a rastras, no, Conchi, esta historia no podía acabar bien, pero es que lo malo es que los de fuera daban demasiada leña y eso es lo que encabronó a la gente, bueno, los nuestros tampoco se quedaban atrás, sobre todo cuando el árbitro les anuló el gol, sí, un orsay clarísimo, por lo menos cuatro metros por delante del defensa, pero se pusieron como fieras, creí que se lo merendaban allí mismo, frente al graderío lateral, el jugador número ocho del equipo visitante, de nombre José Arturo Muñoz Eguizábal, levantó los brazos en señal de júbilo después de marcar gol y recibió el impacto de un objeto sin identificar que le produjo una caída fulminante y la consiguiente pérdida de conciencia, esto es lo que usted ha consignado en el acta, ¿no es así, señor Landáburu?

            -Así es.

            Pues deje que le diga que su versión contradice lo que aseguran algunos espectadores que se han puesto en contacto con nosotros y tampoco se corresponde con lo que juran los propios futbolistas del equipo local: ellos afirman que todo fue un numerito inventado por Eguizábal, con quien, por cierto, hemos querido hablar esta noche, para que nuestros oyentes escuchasen de su propia voz la versión de lo ocurrido pero nos ha sido imposible ya que, al parecer, el jugador alega que no tiene nada que comentar en este sentido la consecución del único gol por parte del equipo visitante, a tan solo tres minutos para la finalización del encuentro, rubricada con una desafortunada y provocadora celebración del tanto, terminó por encrespar el ánimo de un reducido número de espectadores que no dudaron en mostrar su desagrado ante tamaño desplante mediante gestos de repulsa y de los habituales abucheos. Respecto a la supuesta agresión que sufrió un futbolista del conjunto visitante, que afirma haber sido alcanzado en la cabeza por un objeto que nadie fue capaz de identificar, me limito a recordar que en sus más de cuatro décadas de historia este club jamás ha protagonizado el menor altercado ni incidente de orden público por parte de nuestra afición y que, en lugar de dar crédito a fabulaciones y maquinaciones cuyos oscuros propósitos lamentablemente conocemos, la caída del citado jugador, que en efecto se produjo, fue debida más a la inestabilidad del terreno de juego que a la intervención de un agente o elemento externo, algo que, de haberse producido, seríamos los primeros en lamentar y denunciar, porque nuestro club será modesto pero ni una sola mácula o afrenta ensucia nuestra humilde memoria y, por todo ello, ruego a los responsables de esta Real Federación que no puede ser, Conchi, que no puede ser, si hasta le arrojaron a un chico del equipo de fuera una moneda de diez duros a la cara y por un pelo no le da en el ojo, si le hizo un corte limpio, como si se lo hubiesen marcado con la punta de un cuchillo, que esto tenía que acabar mal, que ya te lo he dicho, si no quedaban más que cinco minutos para el final y, en una de ésas, uno de ellos trincó la pelota desde casi medio campo, la levantó un poco y sin dejarla caer le pegó un zurriagazo para quitársela de encima que yo no sé qué carajo de efecto cogió ese balón que llegó a la portería con tan mala pata para López, el portero, que justo lo va a coger, se resbala, se le escurre de las manos como si fuera una pastilla de jabón y el rechace lo aprovecha un pibito de ellos, fresco, recién acabado de entrar, un cambio de ésos que se hacen para perder tiempo, y nada, la empuja y se acabó, se va el chiquillo a la grada, porque se viene a arriba, qué sé yo, creyéndose Neskens, y no se le ocurre otra cosa que levantar los brazos y para qué fue aquello, Conchi, ahí los que todavía tenían algo en los bolsillos se despacharon a gusto y no le tiraron botellas porque hoy, con la lluvia, Celso había cerrado el bar, que si no, claro, con tanto cachivache que tiraron alguno tenía que acertar, y menos mal que solo fue una moneda que me pasó Ferochita entre el tumulto, sin que nadie se diera cuenta, aquí la tengo guardada, que con el agua que ha caído hasta parece más gorda, imagínate cómo fue el impacto que la calva de Franco aparece cubierta de sangre y todo por la incomprensible decisión tomada por el señor colegiado de celebrar un partido que nunca, reitero, nunca, bajo ninguna circunstancia, debió haberse disputado, si bien es verdad que nada justifica el pésimo comportamiento de un reducidísimo grupo de mal llamados aficionados que, en las postrimerías del encuentro y una vez concluido éste, saltaron al terreno de juego con el insensato propósito de increpar al árbitro y a sus jueces de línea, mientras éstos abandonaban el campo. Una vez que el señor colegiado y sus acompañantes entraron en el vestuario, este grupo de cuatro o cinco indeseables prosiguió con sus improperios e insultos, lo que obligó a la rápida y eficaz intervención de los miembros de la Benemérita presentes en el estadio, que no tardaron en contener y reducir a dichos energúmenos. No obstante, y para garantizar la seguridad del trío arbitral, que en ningún caso corrió el menor peligro, pusimos a disposición del juez de la contienda y de sus dos compañeros un vehículo para su posterior traslado hasta el hotel. Por tanto, el hecho de que la salida de éste del campo se efectuase en el interior de un furgón de la Guardia Civil hay que atribuirlo a un exceso de celo por parte de los agentes del orden, que con ello quisieron satisfacer la demanda del señor árbitro y de sus jueces de línea, algo alterados por los acontecimientos. En lo que respecta al minúsculo número de espectadores implicados en los incidentes relatados con anterioridad, sobra decir que, en absoluto, éstos representan para nada el sentimiento de nuestra masa social, ejemplar siempre en cuanto a su trato con el forastero y exquisita en su deportividad. Pondremos todos los esfuerzos que sean necesarios para perseguir y erradicar de nuestro estadio a aquellos que no sean capaces de respetar las más elementales normas de cortesía que rigen la convivencia y cualquier práctica deportiva. Como quiera que los, por fortuna escasos, implicados en lo sucedido han sido perfectamente identificados por los empleados del club, hemos procedido a adoptar contra ellos las medidas previstas en la normativa vigente en su muy puta madre, Conchi, lo siento, cariño, pero no lo puedo evitar, me salió del alma, esto ha sido el infierno, te lo juro, la madre que los trajo, ya sé que ellas, las pobres, no tienen culpa de nada, pero tú no sabes lo que ha sido esto, las dos horas más largas de toda mi vida, ni siquiera el nacimiento de Carmencita, te lo juro, y yo, que los tenía de corbata, miraba para ese tipo y a los otros dos, si les llegas a ver las caritas, pálidos como la cera: uno de ellos se puso hasta rezar, esto era como un velatorio pero con los cadáveres vivitos y coleando, y afuera esa turba de salvajes tirándonos cosas por el hueco de la ventana y golpeando la puerta, dios mío, esto ha sido horroroso, nunca lo había pasado tan mal, ni en la peor de mis pesadillas, que si no es por Luisito, que puso el doble cerrojo, te digo que hoy nos quedamos allí dentro los cuatro, callados, quietitos como conejos, en silencio, bueno, en silencio no, porque hubo un momento en que, en medio del escándalo, del griterío y de las amenazas, de los insultos, cabrones, que de ésta no salen vivos, hijos de puta, que les vamos a cortar los huevos, tú ya sabes, en medio de ese expolio, yo miraba para él y notaba cómo los labios le temblaban, con los ojos que se le salían como chopas, y después de fijarme un rato, a pesar del estruendo y de los macanazos en la puerta, me di cuenta de que por lo bajo repetía una y otra vez, como hablando para sí, como quien ha perdido la razón, es que necesito el dinero, necesito el dinero, y ésa era toda su letanía, Conchi, una y otra vez, ¿qué te parece ¿Triste, no? Porque, si no he leído mal, usted afirma en el acta que, después de correr hacia el vestuario, y tras recibir numerosas patadas y manotazos, incluso de llevarse varios escupitajos a cargo de esta jauría de descerebrados, camino de la caseta, una vez dentro, sus compañeros y usted, en compañía del delegado de campo, fueron sitiados por medio centenar de aficionados furiosos como perros salvajes durante más de doras…

            -Sí, dos horas.

            Y durante todo ese tiempo, ¿qué hizo? ¿Qué se le pasó por la cabeza? ¿Llegó a pensar en algún instante que su vida y la de sus compañeros corrían peligro?

            -No sé. Yo no pensaba en nada. Sólo quería volver a casa.

            ¿Ha hablado ya con su mujer?

            -Sí.

            ¿Y ella que le ha dicho?

            -Mire, usted, estas son cosas que pasan y ya está. No hay que darle más vueltas. Bueno, me gustaría retirarme, estoy muy cansado. Adiós y gracias por preocuparse por mí y por mis compañeros. Buenas noches…

            Gracias a usted, señor Landáburu, lo entendemos perfectamente. Ha sido usted sometido hoy a una presión espantosa, a partir de ahora, este club, con su junta directiva al frente, queda a la entera disposición de esta Real Federación para todo cuanto estime pertinente. Se despide atentamente, ya que lo que no se puede tolerar, ni permitir, ni amparar, ni jalear, es que hechos como éstos se repitan un fin de semana tras otro sin que las autoridades políticas ni deportivas de este país tomen cartas en el asunto, señores oyentes, porque algún día la tragedia que hoy se ha mascado en el estadio Bajamar será tan real y auténtica que nos salpicará a todos, señalando nuestras conciencias con su índice acusador, porque ese día, Dios no lo quiera, no hablaremos de persecuciones, ni de patadas, ni de insultos, ni de vestuarios rodeados de una manada de desdichados fuera de sí, envenenados de rabia por sus propias frustraciones, ese día, que ojalá nunca llegue, lamentaremos la muerte de alguien, pero ya será tarde, demasiado tarde para evitarlo, señores oyentes.

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